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LAS LETRAS DE ARGENTINA, AMÉRICA Y EL MUNDO
En junio de 1837 abrió sus puertas, en la librería perteneciente a Marcos Sastre, el Salón Literario, con un acto público de singulares contornos por el número, calidad y disposición de ánimo de la concurrencia. Era evidente que la institución venía a llenar un vacío en la vida cultural de Buenos Aires y aún del país, porque entre sus socios, en su mayoría estudiantes de la Universidad -los más de la Facultad de Derecho-, encontramos no sólo porteños sino también oriundos del interior. Nació el 2 de septiembre de 1805 en Buenos Aires. Fue un importante escritor argentino, perteneciente a la denominada Generación del 37, año en que comenzaron a reunirse un grupo de intelectuales -1837- en el llamado Salón Literario.
Era hijo de la porteña doña María Espinosa y del español vizcaíno José Domingo Echeverría. A temprana edad perdió a su padre y fue iniciado en sus primeras letras por su madre. Comenzó la escuela primaria en la escuela de San Telmo, pero al poco tiempo queda también huérfano de su madre, quien falleció en 1822. Desamparado, comenzó una azarosa vida adolescente, que agravó ciertos problemas cardíacos que lo aquejaban y, con el tiempo lo obligaron a cambiar de vida y asentarse.
A los veinte años, resolvió completar su educación en Europa. Parte desde Buenos Aires el 17 de octubre de 1825 a bordo de “La Joven Matilde” y, tras un viaje accidentado, recala en el puerto de El Havre, Francia. Años más tarde, en El ángel caído, un poema épico con fuertes influencias de Lord Byron y José de Espronceda, Echeverría deja testimonio de esa travesía. La ausencia de la patria (1825-1830) le fue provechosa. En el comienzo de su viaje, en el trayecto entre el Río de la Plata y Brasil, escribe Peregrinaje de Gualpo. Ya instalado en París, en el barrio de Saint-Jacques, desde el 6 de marzo de 1827, estudia ciencias en el Ateneo, dibujo en una academia y economía política y derecho en La Sorbona. Allí mismo se interesó por las tendencias literarias de la época, y estudió con afán ejemplar, logrando una sólida educación. Río de la Plata el romanticismo literario. En 1831, publicó sus primeros versos breves en el periódico La Gaceta Mercantil y también los versos de La Profesía del Plata en el periódico El Diario de la Tarde. Al año siguiente, en 1832, editó en forma de folleto, Elvira o La novia del Plata considerada la primera obra romántica en lengua castellana. En 1834 publicó el primer libro de versos de la literatura argentina (Anteriormente se publicaron poemas sueltos), Los Consuelos. Por estos años, sus reiterados problemas de salud, lo llevan a pasar un tiempo en la ciudad de Mercedes, actual capital del departamento de Soriano, República Oriental del Uruguay. De vuelta en Buenos Aires, participó activamente en el Salón literario que funcionaba en la trastienda de la librería de don Marcos Sastre, inaugurado en junio de 1837. Ese mismo año se estima que escribió el cuadro de costumbres Apología del Matambre y publicó Rimas, libro de poemas, que incluye su obra poética más reconocida: La Cautiva. La poesía gauchesca fue señalada, por críticos como Ricardo Rojas y Ángel Rama, como un sistema "paralelo" que se desarrolla a lo largo del siglo XIX. Es, en cierto modo, el gran género de la literatura argentina (con un trabajo específico sobre la lengua y sobre las formas), aunque al mismo tiempo es un género que resultó por mucho tiempo ilegible como literatura. Sin modelo europeo, la gauchesca nace y alcanza su plenitud en el siglo XIX y presenta dos rasgos que, en su simultaneidad, la definen contradictoriamente. Por su materia y por su pretensión mimética de la oralidad rural, remite a prácticas, saberes y decires tradicionales. Por su sistema de circulación, por su cruce con los grandes problemas sociales y políticos de su tiempo y por las operaciones que realiza en y con la lengua, se diría que está por delante de otras formas literarias coetáneas con las cuales, sin embargo, siempre parece colocarse en una posición de minoridad. La operación que define a la literatura gauchesca es la cesión, por parte del autor, de la voz al personaje gaucho. Los textos de Bartolomé Hidalgo (1788-1822) fueron clasificados según dos especies genéricas diferentes: los diálogos y los cielitos. El cielito proviene del estribillo "cielo, cielito, cielo", con numerosas variantes en su formación lírica. A través de ellos Hidalgo desarrolló su poesía militante durante las luchas por la independencia entre 1811 y 1816. Los diálogos (1821 y 1822), más escenográficos, presentan interlocutores gauchos que conversan (Jacinto Chano y Ramón Contreras) y una estructura más o menos similar: una introducción y una plática confidencial entre la gente del pueblo. Hidalgo deja marcado el camino para otras expresiones gauchescas. En la década del veinte pueden registrarse, funcionando en el interior del sistema gauchesco, los periódicos encendidos del Padre Castañeda; en la década del treinta los de Luis Pérez, rosistas, acompañan la lucha de facciones: El Torito de los Muchachos, El gaucho, La gaucha, El negrito, El toro del once, etc. Hubo, también, gauchesca unitaria, a través de Hilario Ascasubi(1807-1875), versos que el autor recopiló en 1872 bajo el título Paulino Lucero (del período 1839-1851) y Aniceto el gallo (del año 1854 e inéditos). Una obra significativa es el Fausto (1866) de Estanislao del Campo, texto paródico, en el que Anastacio el Pollo relata a su compadre Laguna, como si se tratara de sucesos verdaderos, lo que ha visto en una representación del Fausto en el teatro Colón. En 1872 José Hernández (1834-1886) publica, con inesperado suceso, el mayor exponente del género, El gaucho Martín Fierro. Siete años más tarde, en 1879, presenta la edición de La vuelta de Martín Fierro. Aunque son muchos los relatos y novelas que toman como protagonistas de sus obras a personajes gauchos, por ejemplo Eduardo Gutiérrez en sus folletines, estos textos, llamados criollistas construyen sólo de una manera muy limitada (a través de algunas voces o giros) una voz del gaucho.
1ª parte: Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra.
2ª parte: Vida de Juan Facundo Quiroga 3ª parte: Realidad política y desarrollo del sistema de gobierno después de Rosas En la primera parte comienza diciendo que el continente americano termina al sur en una punta, en cuya extremidad se forma el Estrecho de Magallanes. Al oeste, y a corta distancia del Pacífico, se extienden, paralelos a la costa, los Andes chilenos. La tierra que queda al oriente de aquella cadena de montañas y al occidente del Atlántico, siguiendo el Río de la Plata hacia el interior por el Uruguay arriba, es el territorio que se llamó Provincias Unidas del Río de la Plata, y en el que aún se derrama sangre por denominarlo República Argentina o Confederación Argentina. Al norte están el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia, sus límites presuntos. La inmensa extensión de país que está en sus extremos es enteramente despoblada, y ríos navegables posee que no ha surcado aún el frágil barquichuelo. El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias. Allí, la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos, el horizonte siempre incierto, siempre confundiéndose con la tierra, entre celajes y vapores tenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, señalar el punto en que el mundo acaba y principia el cielo. Al sur y al norte, acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones. En la solitaria caravana de carretas que atraviesa pesadamente las pampas, y que se detiene a reposar por momentos, la tripulación, reunida en torno del escaso fuego, vuelve maquinalmente la vista hacia el sur, al más ligero susurro del viento que agita las yerbas secas, para hundir sus miradas en las tinieblas profundas de la noche, en busca de los bultos siniestros de la horda salvaje que puede, de un momento a otro, sorprenderla desapercibida. Si el oído no escucha rumor alguno, si la vista no alcanza a calar el velo oscuro que cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, para tranquilizarse del todo, a las orejas de algún caballo que está inmediato al fogón, para observar si están inmóviles y negligentemente inclinadas hacia atrás. Entonces continúa la conversación interrumpida, o lleva a la boca el tasajo de carne, medio sollamado, de que se alimenta. Si no es la proximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo, es el temor de un tigre que lo acecha, de una víbora que no puede pisar. Esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino, cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los percances inseparables de la vida, una manera de morir como cualquiera otra, y puede, quizá, explicar, en parte, la indiferencia con que dan y reciben la muerte, sin dejar en los que sobreviven impresiones profundas y duraderas. La parte habitada de este país privilegiado en dones, y que encierra todos los climas, puede dividirse en tres fisonomías distintas, que imprimen a la población condiciones diversas, según la manera como tiene que entenderse con la naturaleza que la rodea. Al norte, confundiéndose con el Chaco, un espeso bosque cubre, con su impenetrable ramaje, extensiones que llamaríamos inauditas, si en formas colosales hubiese nada inaudito en toda la extensión de la América. Al centro, y en una zona paralela, se disputan largo tiempo el terreno, la pampa y la selva; domina en partes el bosque, se degrada en matorrales enfermizos y espinosos; preséntase de nuevo la selva, a merced de algún río que la favorece, hasta que, al fin, al sur, triunfa la pampa y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sin límite conocido, sin accidente notable; es la imagen del mar en la tierra, la tierra como en el mapa; la tierra aguardando todavía que se la mande producir las plantas y toda clase de simiente.
Pudiera señalarse, como un rasgo notable de la fisonomía de este país, la aglomeración de ríos navegables que al este se dan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse en el Plata y presentar, dignamente, su estupendo tributo al océano, que lo recibe en sus flancos, no sin muestras visibles de turbación y de respeto. Pero estos inmensos canales excavados por la solícita mano de la naturaleza no introducen cambio ninguno en las costumbres nacionales. El hijo de los aventureros españoles que colonizaron el país, detesta la navegación, y se considera como aprisionado en los estrechos límites del bote o de la lancha. Cuando un gran río le ataja el paso, se desnuda tranquilamente, apresta su caballo y lo endilga nadando a algún islote que se divisa a lo lejos; arribado a él, descansan caballo y caballero, y de islote en islote se completa, al fin, la travesía. ![]() Harto caro la han pagado los que decían: «La República Argentina acaba en el Arroyo del Medio.» Ahora llega desde los Andes hasta el mar: la barbarie y la violencia bajaron a Buenos Aires, más allá del nivel de las provincias. No hay que quejarse de Buenos Aires, que es grande y lo será más, porque así le cupo en suerte. Debiéramos quejarnos, antes, de la Providencia, y pedirle que rectifique la configuración de la tierra. No siendo esto posible, demos por bien hecho lo que de mano de Maestro está hecho. Quejémonos de la ignorancia de este poder brutal, que esteriliza para sí y para las provincias los dones que natura prodigó al pueblo que extravía. Buenos Aires, en lugar de mandar ahora luces, riqueza y prosperidad al interior, mándale sólo cadenas, hordas exterminadoras y tiranuelos subalternos. ¡También se venga del mal que las provincias le hicieron con prepararle a Rosas!
Si de las condiciones de la vida pastoril, tal como la ha constituido la colonización y la incuria, nacen graves dificultades para una organización política cualquiera y muchas más para el triunfo de la civilización europea, de sus instituciones, y de la riqueza y libertad, que son sus consecuencias, no puede, por otra parte, negarse que esta situación tiene su costado poético, y faces dignas de la pluma del romancista. Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia: lucha imponente en América, y que da lugar a escenas tan peculiares, tan características y tan fuera del círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos fuera del país donde se toman, los usos sorprendentes, y originales los caracteres. De este modo, el favor más grande que la Providencia depara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdeña, viendo en él, más bien, un obstáculo opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de facilitarlos: de este modo, la fuente del engrandecimiento de las naciones, lo que hizo la celebridad remotísima del Egipto, lo que engrandeció a la Holanda y es la causa del rápido desenvolvimiento de Norteamérica, la navegación de los ríos o la canalización, es un elemento muerto, inexplotado por el habitante de las márgenes del Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Paraguay y Uruguay. Desde el Plata, remontan aguas arriba algunas navecillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero el movimiento sube unas cuantas leguas y cesa casi de todo punto. No fue dado a los españoles el instinto de la navegación, que poseen en tan alto grado los sajones del norte. Otro espíritu se necesita que agite esas arterias, en que hoy se estagnan los fluidos vivificantes de una nación. De todos estos ríos que debieran llevar la civilización, el poder y la riqueza, hasta las profundidades más recónditas del continente y hacer de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Salta, Tucumán y Jujuy, otros tantos pueblos nadando en riqueza y rebosando población y cultura, sólo uno hay que es fecundo en beneficio para los que moran en sus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos.
En su embocadura están situadas dos ciudades: Montevideo y Buenos Aires, cosechando hoy, alternativamente, las ventajas de su envidiable posición. Buenos Aires está llamada a ser, un día, la ciudad más gigantesca de ambas Américas. Bajo un clima benigno, señora de la navegación de cien ríos que fluyen a sus pies, reclinada muellemente sobre un inmenso territorio, y con trece provincias interiores que no conocen otra salida para sus productos, fuera ya la Babilonia americana, si el espíritu de la pampa no hubiese soplado sobre ella y si no ahogase en sus fuentes el tributo de riqueza que los ríos y las provincias tienen que llevarla siempre. Ella sola, en la vasta extensión argentina, está en contacto con las naciones europeas; ella sola explota las ventajas del comercio extranjero; ella sola tiene poder y rentas. En vano le han pedido las provincias que les deje pasar un poco de civilización de industria y de población europea: una política estúpida y colonial se hizo sorda a estos clamores. Pero las provincias se vengaron mandándole en Rosas, mucho y demasiado de la barbarie que a ellas les sobraba. Fue uno de los pioneros del modernismo en las letras hispanoamericanas y uno de los más importantes escritores latinoamericanos. Nació en La Habana, Cuba, el 28 de enero de 1853. Asistió a la proclamación de la República Española en 1873. En 1874 completó sus estudios universitarios. Cayó la República Española y él se trasladó a Francia y después a Inglaterra. En 1875 viajó a México, en donde trabajó como periodista. Conoció a Carmen Sayas Bazán, cubana, con la cual se comprometió. Intentó ingresar a Cuba en 1877, pero no se lo permitieron y tuvo que recalar en Guatemala. En ese país trabajó como docente en la escuela Normal y en la Facultad de Filosofía. Conoció ese mismo año a María García Granados, la que sería “la niña de Guatemala”. Volvió a México y se casó con Carmen Sayas Bazán. Un año más tarde, en 1878, murió María García Granados. Él regresó a La Habana. Trabajó como abogado y se unió a los autonomistas. Ese mismo año nació su único hijo: José, lo que lo llenó de felicidad. Su actividad junto a los autonomistas le ocasionó una nueva deportación a España, pero de allí se trasladó a Francia y luego a Nueva York. En 1880, los patriotas cubanos son derrotados en “la guerra chiquita”. Su esposa e hijo regresaron a Cuba. En 1882 publicó Ismaelillo y también compuso parte de Versos Libres, que luego le fueron publicados póstumamente. Comenzó a colaborar en el Diario La Nación de Buenos Aires. En 1884 se separó de su mujer, Carmen Zayas. Publicó la novela Amistad funesta, en 1885. Tradujo en 1888, entre otros textos, al poeta inglés Tomas Moore. En 1889 publicó los cuatro números de la revista “La edad de Oro”. En 1890 es nombrado cónsul de Argentina y del Paraguay en Nueva York. Publicó Versos Sencillos en 1891. Viajó por distintos países y en el año 1893 continuó difundiendo las ideas autonomistas para su país. En 1894, desde Santo Domingo, preparó para diciembre la invasión para liberar a Cuba. Intervino personalmente en la lucha por la independencia de su país en 1895. Se lo nombró Mayor General del Ejército Libertador. Fue gravemente herido y murió el 19 de mayo de 1895, en el combate de Dos Ríos, luchando frente a las fuerzas españolas que ocupaban la patria del escritor. José Martí es considerado como el máximo luchador por la independencia de su tierra.
Eran de lirios los ramos; Ella dio al desmemoriado Iban cargándola en andas Ella, por volverlo a ver, Como de bronce candente, Se entró de tarde en el río, Allí, en la bóveda helada, Callado, al oscurecer,
Poesía: El soneto El soneto: su origen es italiano y se convirtió en uno de los géneros preferidos de los poetas españoles del siglo XVII. Está compuesto de cuatro estrofas de versos endecasílabos (once sílabas) con rima consonante, formadas por dos cuartetos (estrofa de cuatro versos) y dos tercetos (estrofas de tres versos). Garcilaso de la Vega fue el primero en escribirlos en lengua española, sumándose luego otros grandes escritores. Francisco de Quevedo fue uno de los más importantes autores del siglo XVII e influyó notablemente en los poetas de lengua castellana. Nació en Madrid en 1580; como otros contemporáneos, desempeñó funciones en la corte, principalmente misiones diplomáticas. Como poeta se destacó por su interés en los aspectos morales y filosóficos de la vida, destacando la fugacidad de las cosas materiales y las contradicciones del hombre. Realizó tanto poemas amorosos como humorísticos –letrilla satírica– de crítica social.
Soneto amoroso defendiendo el amor
es un soñado bien, un mal presenta, es un breve descanso muy cansado; es un descuido que nos da cuidado, un cobarde, con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado;
es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo; enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño Amor, este es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo.
Francisco de Quevedo
LITERATURA DE CÓRDOBA
Deseos hechos realidad
de Rubén Mario Picus
El semáforo cambió a luz verde y el motociclista sin casco tomó la delantera. Javier Festa lo vio venir y le hizo señas para que se estacionara dentro del cerco demarcado con una cinta amarilla. Elconductor advirtió que la indicación era para él, hizo una mueca de ratón acorralado y escudriñó el horizonte a espaldas del policía. Javier se apresuró a memorizar las señas de la moto, si el tipo evadía el puesto decontrol tendría que alertar a las patrullas apostadas en los puentes 11 y Cantón, pero por suerte no fue necesario: el motociclista disminuyó la velocidad y se estacionó junto al cordón de la vereda.
- Buenas tardes - saludó Javier.
El civil no le devolvió el saludo. Era un hombre de unos cuarenta años que vestía unas zapatillas gastadas, jeans desteñidos y una campera de cuero de codos parchados. Su ralo pelo entrecano, volado por el andar, le daba un cómico aspecto de caricatura asustada.
- Necesitaría ver su documento de identidad, licencia, tarjeta verde y comprobante del último impuesto pago.
El motociclista sacó una billetera de un bolsillo interior de la campera. La registró con dedos impacientes y entregó al oficial el documento, la licencia y la tarjeta verde. Ni rastros de la bolete de impuestos.
- ¿Qué pasó con su casco? —preguntó Javier. - No tengo. Nadie me dice qué poner en mi cabeza, ni adentro ni afuera.
Javier alzó las cejas en un gesto admirativo y examinó el documento de identidad. El tipo se llamaba Atilio Ivancec y había nacido en agosto de 1959. La tarjeta verde indicaba que era el propietario titular del vehículo dominio XLC 223, que coincidía con la patente de la moto. Javier tildó el casillero correspondiente en su planilla y examinó la licencia. - Está vencida -informó Ivancec. Javier esbozó un gesto amargo y asintió; ahora el asunto se tornaría áspero.
- No me ha dado el comprobante de pago del último impuesto —dijo, como recordándole un detalle que tal vez se le había pasado por alto.
- No lo tengo acá.
Javier adivinó que tampoco lo tenía en su casa ni en ninguna parte; lo más probable era que hubiera dejado de pagar los impuestos cuando dejó de renovar la licencia, en 1996. - Lo lamento, señor -dijo al fin, devolviendo el documento y la tarjeta verde-, pero vamos a tener que retenerle el vehículo hasta que regularice la situación. Una vez que renueve la licencia puede presentarse en el Corralón Municipal con sus documentos y el comprobante de impuestos – Mientras Javier hablaba Ivancec se había cubierto la cara con las manos y sacudía la cabeza-.
- Nadie me va a sacar la moto – interrumpió Ivancec. Bajó las manos descubriendo unas mejillas rojas salpicadas de puntos descoloridos allí donde había presionado con las yemas de los dedos- . La necesito.
- No me vas a quitar la moto —repitió Ivancec con convicción. Miró al policía con ojos intensos - No la uso para pasear ¿sabés?
- Entiendo, pero tengo un procedimiento que…
- No me estás escuchando. Yo no le estoy rogando a un policía que haga la vista gorda; te estoy hablando a vos, a la persona detrás del uniforme.
- Entiendo, señor. Créame que lo lamento, todos tenemos problemas, pero la moto se queda. No se ponga difícil, por favor, yo no hago más que...
- Seguís sin escucharme. Te lo voy a poner en términos más comprensibles. Digamos que
- Ivancec esbozó una sonrisa cínica - Digamos que tus problemas personales se van a volver insolubles si me quitás la moto. Digamos que… - ¿Me está amenazando? —se sorprendió Javier.
- Ahora sí me estás prestando atención, ¿eh? No te estoy amenazando, te estoy advirtiendo Si te estuviera amenazando te diría que si quitás la moto me voy a encargar de crear problemas. Pero no te estoy amenazando, estoy advirtiendo que no te conviene dejarme sin la moto porque, si lo hacés el problema que ya tenés se convertirá en un problema irremediable.
Javier dio un paso atrás y contempló al motociclista con gesto perplejo.
- Mire, tenemos dos formas de hacer esto; completo estos formularios, usted los firma luego se ocupa de hacer los trámites para recuperar la moto. La otra forma es parecida, solo que también voy a tener que guardarlo a usted y llenar más formularios en el precinto ¿Qué elige?
Increíblemente, Ivancec sonrió. - No nos entendemos, ¿eh? —dijo, inclinándose sobre el manubrio-Te lo voy a poner m claro todavía: sino me dejás ir en la moto Emiliano va a terminar muerto por sobredosis. Javier ya había tenido suficiente. Avanzó hacia Ivancec cambiando de mano la planilla y tanteándose el cinturón en busca de las esposas enganchadas en la parte posterior.
- Emiliano está en problemas y puede terminar mal - dijo Ivancec, ofreciendo sus muñecas -; todo lo mal que se puede terminar, quiero decir.
Javier se detuvo a mitad de camino, la mano derecha aún sobre el broche de las esposas a sus espaldas, mirando fijamente el rostro burlón de Ivancec. ¿Se estaba refiriendo a su Emiliano? Emiliano no consumía drogas, ¿o sí? No, claro que no. De ser así él lo sabría, no era de esos padres que no prestan atención a sus hijos. Además Carmen pasaba todo el día con ellos, sobre todo con Pamela que era una niñita y necesitaba más atención. Con Emiliano hablaba todo el tiempo, veían los partidos de los viernes y los sábados antes de que él saliera de parranda con sus amigos. Y conocía a sus amigos, desde luego, los hijos de los vecinos o sus compañeros de escuela. Eran buenos chicos, al menos eran los chicos de buenos vecinos, y por tanto…
Un momento. ¿No había visto un pequeño moretón en el brazo de Emiliano el sábado por la mañana? Javier había entrado a la habitación del muchacho para abrir las ventanas, eran las once y todavía dormía, y entonces vio una erupción rojiza en el centro de una aureola lila en su antebrazo izquierdo. Eso le había llamado la atención y le había preguntado qué le había pasado en el brazo, y la respuesta de su hijo adolescente había sido... ¿Qué? No lo recordaba con certeza pero le había dado una respuesta adecuada, estaba seguro. Algo como que Brenda o Mañana o Silvina lo había pellizcado por una pavada, tal vez el pibe le había rozado el trasero, andá a saber. Con todo, puede que el moretón no fuera consecuencia de un pellizco sino de un pinchazo. No estaba diciendo que lo fuera, pero era una posibilidad. Tomar esta especulación por cierta comportaba enfrentar dos hechos por demás increíbles: que su hijo le mentía, por un lado, y que se drogaba (no con porros de marihuana sino con substancias inyectables) por otro. Y, ya que estamos en esto, ¿en verdad tenía buena comunicación con su hijo? Demás del tiempo que compartían durante la transmisión de los partidos de los viernes y los sábados, ¿en qué otro momento hablaba con él? ¿Hablaban de otra cosa que no fuera el fútbol? ¿Sabía él cómo le iba en el colegio, por ejemplo? Bueno, de eso se encargaba Carmen. Y le iba bien, seguro, si no Carmen se lo hubiera dicho. Pero...¿Conocía a sus amigos, a su novia, a alguna de las personas con las que cuchicheaba por teléfono. De hecho, no. De hecho lo único que sabía de él era que era hincha de Talleres, que le gustaba encerrarse en su cuarto a escuchar los compactos de La Renga y Ataque 77, que los sábados y los domingos costaba despertarlo, y que las reuniones familiares le simpatizaban tanto como los tangos. Por cierto, ¿cuánto hacía que no veía a Emiliano usar una remera mangas cortas? Bueno, estaban en invierno, y la gente no anda de mangas cortas en invierno. Javier soltó el gancho de las esposas y dio un par de pasos hacia atrás en actitud cautelosa.
- ¿Se refiere a mi Emiliano? —preguntó, casi n un susurro.
Ivancec asintió. Ya no sonreía y miraba a Javier con un peculiar gesto de camaradería, no como si estuviera tratando con un policía que pretendía despojado de su medio de transporte sino como un padre forzado a dar una mala noticia a otro padre. - Mi Emiliano no usa drogas —dijo, procurando un tono convincente. - Sí las usa —repuso Ivancec—, y deberías hacer algo por ayudarlo. Podrías dejarme ir en mi moto y después hablar con él, para comenzar.
- Y usted cómo lo sabe?
- Lo sé
- ¿Usted le vende la droga?
Ivancec reaccionó con una mueca de auténtica sorpresa, como si fuera la idea más absurda que pudiera ocurrírsele a alguien.
- Yo no vendo drogas, agente —repuso, ofendido— No soy un asesino.
- ¿Y entonces cómo lo sabe? ¿Cómo sabe que tengo un hijo que se llama Emiliano y que, además, consume drogas?
- Ya te lo dije: sólo lo sé.
Javier aspiró una profunda bocanada de aire y alzó la cara al cielo, dedicando un patético rictus de dolor al universo celeste. Una cosa era segura: si Ivancec había urdido este plan para escabullir eventuales controles de tránsito, el tipo era un genio. Embustero, cierto, pero un embustero ingenioso. Y un embustero ingenioso muy bien informado, además. Se volvió al motociclista con gesto decidido. Mire, señor...se interrumpió para ver la planilla, como si necesitara consultar sus notas para recordar el apellido del sujeto- señor Ivancec, esto es lo que vamos a hacer. Por esta vez, pasa. Puede irse. Pero ocúpese de ponerse al día con los impuestos y renovar la licencia, puede que en el futuro no tenga tanta suerte... - Hizo una pausa, intentando deshacerse del sentimiento de culpa que lo abrumaba. No lo logró: su palabrerío no sonó como el consejo de un policía comprensivo sino como lo que -: era: la excusa de un padre asustado. - De acuerdo —dijo Ivancec.
Puso en marcha la motocicleta y se fue. En el cuarto piso de la Central de Policía, frente a una computadora, Javier trataba de recordar la exacta secuencia cronológica de los hechos que esa tarde habían culminado con la detención de una banda de ladrones de bicicletas. El cursor parpadeaba ansioso en la hoja electrónica donde sólo había escrito la fecha, jueves 29 de agosto de 2002, y el título: Informe. Detrás de la computadora una ventana borroneaba el deprimente ocaso de una lluviosa tarde invernal.
Miró el teléfono a un costado, junto a los mamarrachos que habían redactado los otros tres policías actuantes en el operativo. Debería llamar a casa, con un informe de seis u ocho páginas por escribir era poco menos que imposible que pudiera dejar la Central antes de las nueve de la noche. No llegaría a tiempo para pasar un rato con Pamela antes de que se durmiera y a lo mejor ni siquiera podría saludara Emiliano; desde que había entrado en el programa para jóvenes adictos se iba a dormir muy temprano (“durmiendo se sufre menos”, explicaba). En el centro de la sala el agente Bazán aporreaba la máquina de escribir para completar un Formulario de Denuncia de Robo/Asalto/Hurto con los inciertos datos que una nerviosa anciana le proporcionaba. El resto de los escritorios y computadoras de la sala estaban libres. Eran las siete y cuarto de la tarde, el horario de oficina ya había terminado y sólo los policías con asignaciones impostergables trabajaban después de las siete.
La puerta vaivén se abrió dé golpe y un hombre irrumpió en la sala trastabillando. Javier se dio vuelta y no vio más que el reverso de una campera de cuero con coderas y un par de muñecas esposadas. De inmediato entró el agente Marcos Yobar, que esbozó una sonrisa circunstancial al ver a Javier, la mantuvo igual de circunstancial cuando su mirada se cruzó con la de Bazán, y se trastocó en una mueca avergonzada al advertir la presencia de la anciana.
- Bueeenasss - canturreó mientras sonreía a la anciana, que se tomaba el pecho con ambas manos-. Espero que esta basura no la haya asustado, señora; es tan torpe que hasta se tropieza donde no hay con qué. Vení para acá, vos - ordenó al detenido -. Sentate ahí. El aludido obedeció. Javier lo observó caminar de costado; el tipo le parecía conocido. - A esta hora los arrestos se hacen en las comisarías, Gordo - le dijo Bazán aYobar-. ¿Adónde lo vas a meter acá?
- Ya lo sé, Bazán, pero antes de llevarme a éste a la Trece quiero chequear sus datos en la red nacional...
El hombre esposado se volvió, observando con ojos somnolientos a Bazán, luego a la anciana (que se apresuré a mirar hacia otro lado), y finalmente a Javier cuya contemplación le provocó un gesto mitad sorpresa mitad alegría. Era Atilio Ivancec. - No vas a creer lo que hizo este tipo, Bazán -Yobar se dejó caer en la silla contigua a la que ocupaba el detenido y tanteó la computadora en busca del interruptor.
- Lo que haya hecho no importa -repuso Bazán, no tendrías que haberlo traído acá.
- Pero si es un minuto. ¿A usted no le molesta, señora, verdad?
La anciana negó con un gesto vehemente.
- ¿Qué hizo? —preguntó Javier desde el lado opuesto de la sala.
- Yobar miró de reojo el monitor, que enseñaba una frenética sucesión de comandos informáticos, y se volvió a Javier sentándose de lado.
- No lo vas a creer Festa. Este tipo -Yobar señaló a Ivancec con el pulgar—, este tipo... -Este tipo qué?-dijo Bazán. - Bueno... Esta tarde fui al quiosco de la esquina a comprar una revista de crucigramas, esta noche tengo adicional en el hospital y me duermo si no me entretengo con algo
-dijo Yobar mirando a la anciana como si fuera la única del grupo que necesitara una explicación—. Bueno, la cuestión es que en el quiosco estaba este tipo leyendo las noticias de los diarios colgados. gratis. De pronto pasa un - auto justo por el charco que se forma siempre en esa esquina, levantando una ráfaga de agua que nos mojé un poco al quiosquero y a mí, pero a éste lo dejó hecho sopa. El policía sonrió como si el recuerdo lo divirtiera. - Este tipo, entonces, levantó la mano haciendo una pistola con los dedos y le disparó al auto que lo acababa de mojar, así - Yobar formó una pistola con la mano, apuntó a Ivancec con el dedo índice y accionó un gatillo invisible con el pulgar. - ¿Y por eso lo detuvo? —preguntó la anciana.
- Todavía no termino, señora
- Gruñó Yobar -. No sé si el tipo del auto lo vio o no, pero lo cierto es que a mitad de cuadra se pegó contra un poste de luz.
- ¿Chocó? —se extrañó Bazán.
- Ajá -dijo Yobar, jocoso—. Chocó y tuvieron que cortar la puerta para sacar al pobre tipo, que fue trasladado al Hospital de Urgencias.
- ¿Y usted cree que chocó porque este hombre le disparó con la mano? - preguntó la anciana con tono socarrón.
A Yobar el asunto no le causaba gracia:
- Si le hubiera visto la cara de felicidad que puso al verlo chocar.
- ¿En serio que lo detuviste por eso? —quiso saber Bazán.
- No, lo detuve por merodeo - dijo Yobar.
- “Merodeo peligroso” -corrigió Ivancec sarcástico -. Encontró al sospechoso con el dedo índice aún humeando en la escena del crimen.
Yobar se dispuso a partirle la cara de un codazo pero su ojo derecho captó el gesto horrorizado de la anciana una fracción de segundo antes del impacto y se detuvo a tiempo.
- Además, amenazó a un oficial de policía - agregó.
- ¿Te amenazó? —preguntó Javier.
- - Ajá -Yobar hizo una mueca de satisfacción al recordar el incidente que le daba derecho a detener a Ivancec aunque más no fuera por unas horas.
- No te amenacé - corrigió Ivancec- , te advertí.
- Yobar hizo un gesto grandilocuente como para compartir la sensación de sorpresa, de hallazgo, que le provocaba Ivancec.
- ¿Qué te dijo? —insistió Javier.
- Que si lo encerraba mi mujer se iba a ir con otro, ¿podés creer?
La fila avanzaba con enervante lentitud pero a Javier le tenía sin cuidado: Carmen y los chicos lo esperaban en el patio de comidas y, teniendo el día franco, que almorzaran a las tres de la tarde no iba a ponerlo de mal humor. La gente de la cola no pensaba lo mismo y refunfuñaba frente a la única ventanilla habilitada; las otras dos estaban “momentáneamente cerradas”. Un policía que Javier no conocía se roía las uñas junto a la acera. De pronto una voz varonil se alzó por sobre los murmullos: un cliente acababa de descubrir que sólo podía pagar la mitad del importe del servicio de energía eléctrica con bonos, el otro cincuenta por ciento debía abonarlo con pesos en efectivo. Las disposiciones superaban por mucho la autoridad de la cajera, que se defendía alegando que en la puerta del local había un cartel que informaba la forma de cobro de los servicios, pero eso poco le importaba al hombre que había hecho casi una hora de fila y se había pasado una semana juntando bono por bono para pagar la factura. Entre otras cosas, decía que había que ser idiota para ponerse a leer todos los carteles que pegaban en las puertas y paredes de los negocios como ese, ¿acaso no bastaba con saber cuál era el servicio que proveían? El incidente llamó la atención del guardia, que tuvo que suspender el arreglo de uñas para tratar de calmar al ofuscado cliente. Con sólo media docena de personas por delante, a menos de diez minutos de pagar la su factura y reunirse con Carmen y los chicos en el patio de comidas, Javier se acercó a la ventanilla para ver qué ocurría. El perturbador, que vestía una gastada campera de cuero con parches en los codos, preguntaba a la cajera por qué una compañía del estado - como lo era esa empresa de energía eléctrica - no aceptaba los bonos que el mismo estado emitía para cancelar sus deudas. Javier se preguntó si Yobar cumpliría su promesa de obsequiar el equivalente a un año de su salario a quien le informara el paradero del tipo que con dos semanas de anticipación había anunciado que su esposa lo abandonaría, que según suponía era el mismo tipo que se la había llevado. Como fuera, Javier abandonó la fila y fue en busca de su familia: Ivancec acababa de decir a la, cajera que más le convenía cobrarle el cien por cien de la factura en bonos si no quería que el centro comercial le cayera encima. (Hoy Día Córdoba, “Magazine”, viernes 6 de enero de 2006) |
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